Semblanzas escritas por la menor de sus hermanas - Sor Inés Barrio Fernández


Se me ha invitado a dar un testimonio sobre la vida y actividades del Padre José Manuel Barrio Fernández OFM, el mayor de mis hermanos.

1. Introducción.

Ni qué decir tiene que todo lo que exprese sobre la vida del P. José Manuel Barrio, va buscando la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

La mayor parte de los hechos que voy a relatar, están tomados de las muchas horas que el Señor me concedió estar a solas con él, durante:

  • Los quince días vividos en familia con motivo de las bodas de mis padres.
  • Los días que estuvo internado en la Cruz Roja de Sevilla para la operación de las varices de sus dos piernas, y mi Comunidad de Zafra, me nombró a mi para acompañarle en esta ocasión.
  • Los varios viajes que realizamos juntos en diversas ocasiones.

Por estas razones, casi siempre, al narrar dichos acontecimientos, es él en primera persona el que se expresa; limitándome a consignar lo por él expresado.

La mayoría de lo narrado son pequeñas florecillas franciscanas, sin grande relieve y llenas del sabor de la acción del Espíritu Santo en el alma y la vida de los que se entregan a Él, como es el paso del Padre José Manuel.

De las grandes gestas misioneras de su labor en pro del campo del Señor y de la Iglesia a él encomendado, se encargarán las personas que han tenido, por designio divino, la suerte de convivir con él y muchas de las cuales han sido objeto de las mismas.

He aquí mi breve resumen.

2. Nacimiento y ambiente familiar de Fray José.

El P. José nació el 20 de noviembre de 1925 en San Clemente de Valdueza (León), en una humilde familia pobre y profundamente cristiana, conformada por José Manuel Barrio Álvarez y Dosinda Fernández Pérez. Fray José Manuel fue el segundo de 18 hijos de esta gran familia, de los que solo 8 llegaron a supervivir a una edad adulta.

En nuestra familia se respiró siempre una vida sencilla y profundamente cristiana, en la cual se nos inculcaron desde niños el Santo Amor y Temor de Dios, el amor al Sagrado Corazón de Jesús, a la Santísima Virgen, junto con el amor y acogida a los pobres.

Nuestra madre fue una de las jóvenes del pueblo que estuvieron más de un año haciendo colectas por las casas los domingos para comprar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que hoy se venera en la Iglesia parroquial de dicho pueblo. ¡Lo amaba profundamente!

Respecto a Fray José Manuel siempre escuché a nuestra madre (una santa madre, y esposa extraordinaria) que sus dos hijos mayores siempre tenían un "no sé qué" especial, distinto de los demás. José Manuel y Fe Ángeles eran los que se encargaban de los servicios de la familia desde pequeñitos como personas adultas, decía ella. Afirmaba que los dos eran mayores de edad desde niños.

Para mis padres los hijos eran, el mayor don que Dios podía regalarles y sería para ellos un honor que Dios los escogiera para Él. De hecho, de los 8 supervivientes, 6 hemos sido llamados, por la gracia de Dios, a la vida religiosa: tres sacerdotes franciscanos de la provincia Bética y tres consagradas en la vida religiosa contemplativa en el Convento de Santa Clara de Zafra (Badajoz).

En mis coloquios espirituales con F. José, me repitió varias veces que las virtudes cristianas inculcadas en la vida familiar, sobre todo en el amor a los pobres habían sido siempre las bases de su vida sacerdotal y misionera. Llevaba muy grabado en el alma los largos meses que nuestros padres habían escondido en su casa al sacerdote D. Joaquín (no recuerdo su apellido), Párroco del vecino pueblo de San Pedro de Montes; estaba perseguido a muerte por el régimen anticristiano de entonces. Este hecho de humanidad y de fe cristiana, F. José lo vivía como si el Señor nos lo hubiera apuntado a nuestro haber con el don de la vocación religiosa a seis hermanos. Don Joaquín fue un santo que quedo ligado a nuestra familia por el resto de su vida.

Para mí, recordar los 14 años de vida familiar, es "volver a la edad bendita en que vivir es soñar", que diría Unamuno. Combinábamos la escuela con el trabajo de la vida familiar para poder vivir pobremente: No teníamos nada, no ambicionábamos nada y no nos faltaba nada. ¡Éramos libres, éramos felices!

3. Primera experiencia mariana del P. José.

La primera experiencia mariana vivida por F. José tuvo lugar siendo aún niño, un día que estaba talando un álamo dorado muy alto, por orden de una tía de mi madre. La rama en que apoyaba sus pies se desgajó violentamente y el niño cayó de espaldas velozmente, solo le dio tiempo a decir -"Madre mía, ¡sálvame!"-. En ese instante sintió como la mano de la Señora lo cogió por la espalda, y sin llegar a tocar el suelo, lo incorporó al punto donde había estado sujeto y lo devolvió a la copa del árbol donde estaba cortando las ramas. Fue tal la impresión que no pudo continuar talando el árbol. Se bajó del mismo y quedó un tiempo conmovido y como extasiado de aquella primera experiencia de la intervención de María en su vida. La experiencia de este acontecimiento le acompañó toda su vida.

4. La llamada del Señor.

Respecto de su llamada a la vida religiosa, me contaba con detalles la experiencia divina que había sido para él, el inicio de su vocación:

"A los 12 años asistí, con mis padres a la celebración de la Eucaristía en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, celebrada por el Rvdo. P. Benito Pérez Pérez, OFM, natural de San Cristóbal de Valdueza (León). En la homilía nos habló de los Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, su predilección por todos aquellos que vivieran esta espiritualidad y la dieran a conocer. Yo quedé tan impresionado que prometí ser uno de ellos si Él me concedía esta gracia. Aquella noche no pude dormir nada... y a la mañana siguiente pedí a mi padre que me preparara el caballo para ir a San Cristóbal a hablar con el Padre cosas mías muy serias... Papá se echó a reír pensando que eran cosas de chiquillos y no quería dejarme ir solo, por los peligros que había entonces de subir aquella montaña. Al fin me permitió ir solo... el Padre Benito me recibió con mucho cariño, me escuchó con mucha atención y me animó a seguir esa iniciativa que consideró del Señor. Él mismo se ofreció a hablar con mis padres. Cuando regresé a casa mi padre me escucho con atención y guardó silencio. Mas tarde me afirmó que experimentó un gran gozo y alegría de pensar que uno de sus hijos podía ser llamado para ser apóstol del Sagrado Corazón de Jesús. Al día siguiente se presentó el P. Benito para hablar con mis padres, quienes mantuvieron una larga conversación. Mis padres salieron de la reunión con el convencimiento de dejarme marchar al Colegio Seráfico."-

Si hubiéramos podido grabar esta conversación, sería un placer poder revivir la alegría, la intimidad y la acción de gracias al Señor con que me contaba este episodio.

5. Fidelidad a la llamada divina.

Obtenido este permiso de nuestros padres, José Manuel entró en el Colegio Seráfico que tenían los padres franciscanos OFM en Fuente del Maestre (Badajoz), el 18 de agosto de 1938.

Un dato de la firmeza en el seguimiento de Jesús en estos primeros pasos de su vocación es digno de traer a la memoria:

"Estando en el colegio, llegó a los oídos de mis padres que estábamos pasando mucha hambre. Mi padre, sin consultar a nadie, se presentó en dicha institución para llevarme a casa, temiendo por mi salud. Cuando me dijo que había ido con esta idea, me eché de rodillas, abrazándome a sus pies, le besé y le rogué llorando: "si de verdad me quiere, déjeme aquí, soy sumamente feliz. Pienso que el Señor me quiere para Él, como sacerdote franciscano y misionero de su Sagrado Corazón."Mi padre, aunque con mucho dolor me dio su bendición para que siguiese este camino".

Personalmente escuché a mi padre muchas veces y con lágrimas en los ojos, relatar éste doloroso encuentro con su hijo primogénito y la gozosa certeza de que era especialmente llamado por el Señor. No volverían a verse hasta últimos del año 1947 que fue a despedirse de ellos para ya marchar a Bolivia y comenzar su vida como misionero.

La vocación de José fue, pues, realmente, una llamada divina, que, desde el primer momento, lo dejó definitivamente centrado en el deseo y propósito de seguir para un fin concreto y apasionado: SER DÉ Y PARA SIEMPRE DE JESUCRISTO, DE LUCHAR POR LOS INTERESES DE SU REINO.

En nuestras confidencias varias veces me confesó no haber tenido nunca dudas o sombras en su vocación y misión, y haber sido sumamente feliz en las mismas. Recibió una de esas gracias donales que configuran para siempre la vida del llamado y le capacita para el ministerio profético al que se le destina. Así mismo, me confesó en diversas ocasiones que desde el día que ingresó en el Colegio Seráfico (18.VIII.38), estudió incansablemente, no solo las asignaturas obligadas, sino también las que intuía que iba a necesitar en la vida misionera: pedagogía, psicología, arquitectura, medicina... era feliz con esta preparación y también era feliz cuando me lo contaba. Era un superdotado, sacando sobresaliente en todas las asignaturas de su carrera sacerdotal.

Movido por esta clara conciencia de su llamada misionera una vez hecha la profesión solemne el 02.II.1947, pidió a los superiores hacer sus estudios teológicos en Bolivia, con el fin de ir conociendo la realidad de la misión que le esperaba (entonces la Provincia Bética de España tenía encomendada la misión del Beni, Bolivia). Le fue concedida dicha súplica y el día 13.I.1948 salió desde Cádiz para Bolivia. Su formador en estos años, el Rvdo. Padre Javier Beltrán OFM, en una de las veces que visitó España, fue a visitar a sus hermanas al Convento de Santa Clara de Zafra en Badajoz para felicitarles por el hermano que tenían y a darles a conocer la estela que José iba dejando por los lugares donde era destinado.

Una vez ordenado sacerdote el 22.IX.1951, los superiores, conociendo su capacidad intelectual, le invitaron a trasladarse a Roma para hacer el doctorado en Teología y Sagrada Escritura, a lo que José les contesto: -"Si me mandan, ahora mismo me iré, pero si me lo aconsejan y lo dejan a mi decisión, no iré. Para ser un apóstol de Jesucristo en la selva, entre los más pobres, no es necesario hacer un doctorado"-. Fue entonces destinado al Beni y tras varios viajes y destinos, llegó a Bella Vista el 01.X.1968, escenario de su vida apostólica y misionera hasta su muerte.

6. Claves para comprender la vida del P. José.

Si nos fijamos detenidamente en la vida de este apóstol, tendríamos que valorarla como una continua y permanente intervención del Espíritu Santo hasta el último momento de su existencia. Tendríamos que comenzar por su vida contemplativa dentro de la actividad imparable que iba a desarrollar a lo largo de la misma. En una de estas conversaciones íntimas me confesó que la presencia de Dios en su alma, era constante incluso en medio de sus actividades, sobre todo cuando iba solo por los ríos y caminos. Dios se le hacía presente en su alma con una íntima y constante experiencia de su amor infinito. Esta experiencia, me confesó, no tiene comparación con los gozos de este mundo... No cabe duda que esta vida interior es la base y la cima de su espiritualidad y de su actividad apostólica. Su vida está marcada por una profunda experiencia de la Santísima Trinidad y de la Santísima Virgen, que transformaron su vida interior y su acción fraterna. Basta atisbar este misterio en sus muchas poesías, en las cuales revela ambas cosas: la poesía será siempre la expresión de los sentimientos más altos de los grandes místicos dentro de la espiritualidad cristiana; y las de F. José nos lo revelan, sin duda. Ésta conciencia de la presencia de Dios en él y la seguridad de su elección para ser su testigo entre los hombres, le mantenían en su impresionante actividad. Muchas veces me confesó que sentía en su alma una exigencia de repetir a la Santísima Trinidad la misma súplica que Jesús dirigió al Padre en su vida: -"Padre, éste es mi ardiente deseo, que te conozcan a Ti y a Tu enviado Jesucristo"; Y esta otra frase del Salmo 69, 10: "El celo de tu casa me devora". Lo grande de este hombre es que vivía esta vida interior en las más comprometidas actividades y era el motivo fundante para buscar con toda su alma el desarrollo integral de sus fieles. Se ocupaba de todos los estamentos de la vida, y no descansó hasta formar un pueblo en el que se viviera con gran intensidad la vida cristiana, familiar y social. Podríamos ir desglosando el desarrollo de cada uno de los carismas en la vida íntima y apostólica de este sencillo siervo de Jesucristo, pero no es este el momento. Se extasiaba en la contemplación de la naturaleza y gozaba con la belleza de una pequeña flor y la magnificencia de los grandes bosques: era un contemplativo nato, asistido por los dones y frutos del Espíritu Santo, como hemos dicho.

Penetraba en el corazón de las personas, incluso estando distante de ellas; a veces les llamaba para ayudarles en la solución de sus problemas sin haber recibido una previa llamada por parte de las mismas; estando a miles de kms penetraba cosas invisibles e intimas de sus conciencias y, a veces, hasta el porvenir en sus vidas. Se podría escribir un libro de estas florecillas franciscanas en las cuales solo buscaba la gloria de Dios y el bien de las almas.

Era feliz con los niños, entrañable con los jóvenes, buen samaritano con los enfermos y necesitados: se hacía todo para todos, para ganarlos a todos para Cristo.

7. Pilares de su vida misionera.

Para comprobar la autenticidad de la santidad de un misionero, opino que debe reunir estas características evangélicas:

  • La permanencia en el compromiso.
  • El amor al rebaño encomendado por Cristo a través de la Iglesia.
  • Los signos evangélicos que Cristo prometió a sus apóstoles.

A los que conocemos un poco la vida de Fray José nos parecen claros estos elementos en su vida. Escuchándole a él me venían a la memoria (y después de su muerte mucho más), las palabras del apóstol San Juan cuando, ya anciano, recordaba el lugar, la hora, las palabras las preguntas y respuestas vividas en el hecho feliz de la llamada del Señor Jesús: ¡Todo muy normal en la vida de los enamorados...! La constancia en el seguimiento se caracterizaba en Fray José por la gozosa experiencia al recordar las palabras del Maestro: "Ven y sígueme" y que quedan bien claro a través de la vida misionera llevada hasta su muerte. Muchas veces le escuche su deseo de guardar hasta la muerte el mandato de evangelizar como le había infundido el Señor en los primeros momentos de su vocación y que quisiera consignar aquí. La primera prueba dolorosa para él fue una rara enfermedad casi llegado a Bella Vista. Me lo comentaba más o menos así:

"Comencé con unas fiebres altísimas que amenazaban mi vida. Era atendido por la gente sencilla del pueblo naciente y fui visitado por un "médico" que no acertó con el tratamiento aplicado. Sintiéndome a las puertas de la muerte, en un momento de lucidez mental, empecé a hacer una de mis muchas conversaciones con el Señor: -"Mira Señor, tú me has traído aquí, sabes el trabajo que hay en tu rebaño, sabes lo que cuesta sacar adelante a un sacerdote y, además, aquí nadie quiere venir...; así que te propongo: Déjame al menos 20 años trabajando sin descanso en tu viña, y luego me llevas contigo..., o mandas a otro misionero para seguir esta labor. Si me dejas aquí, yo te voy a ayudar con todas mis fuerzas, las que tú me concedas"-. Sin saber por qué, y sin previa reflexión, en el acto llamé a las señoras que me estaban velando. Les pedí dos vasos de vino y tres cervezas sin alcohol. Ellas pensaban que estaba delirando y no querían dármelos. Pero como les insistía seriamente, accedieron a mi petición. Al momento de tomar estas dos bebidas, seguidamente, me bañé de un sudor extraño, como si mi cuerpo soltase un verdadero veneno o cosa parecida, y me desapareció la fiebre. Entonces comenzó mi total mejoría."-

Cuando me contaba este episodio, relatado por él mismo como algo inexplicable, yo tampoco encontraba explicaciones razonables entre los efectos y el motivo causante de los mismos... Así eran sus "tratos" con Jesús: No solo en esta ocasión sino en casi todas las peripecias de su vida. Hablaba con él como con un amigo o como un niño con su padre. Esta relación entre causa y efecto, solo se puede explicar mediante la fe, como muchos otros casos realizados en su vida. A mi me recordaba muchas veces, cuando le escuchaba, a Moisés en el monte Sinaí, cuando decía a Dios lo que tenia que hacer y dándole explicaciones oportunas, como si el Señor no las conociera... ¡Increíble! Y es que: "Al que obedece a Dios, Dios a su vez, le obedece a él."

Fray José no se ahorraba sacrificios en atención del cuidado de las almas a él encomendadas.

Recuerdo cuando me contaba, que, en los principios de la misión, le hablaban de familias que vivían en la selva en suma pobreza y graves peligros de las fieras, él iba a buscarlas para llevarlas al incipiente pueblo y así librarlas de estos peligros. Recordaba como un favor extraordinario cuando, una vez que iba a buscar a una familia que estaba en estas condiciones, por una senda muy peligrosa y tortuosa, vio venir hacia él a una enorme boa para atacarle. No llevaba consigo más arma que un fuerte palo donde apoyarse. Allí comenzó la fuerte lucha entre él y la serpiente: cuando la boa se acercaba para cogerlo con su boca bien abierta, él le pegaba fuertemente en la cabeza hasta que el palo se rompió, y José se agacho para cogerlo. Cuando vio que la boa se disponía a envolverlo, clamó con fuerte grito: -"Madre mía, sálvame, si aún soy necesario a este rebaño"- y al instante la boa lo dejó milagrosamente. Este episodio me lo contaba como uno de los verdaderos milagros obrado por la Santísima Virgen en su vida.

En este clima de continuo esfuerzo en favor de sus fieles, me contó muchos favores recibidos por el Señor a lo largo de su vida apostólica.

Casi en los principios viajaba solo (lo cual era una temeridad) y me decía que, si la noche le cogía en los ríos, ataba la canoa a un árbol y le decía al Señor: -"Vela por mí, que yo trabajo para ti y por ti" y se echaba a dormir. "Cuando me despertaba, el rio estaba lleno de estrellas". Yo una de las veces le pregunté: -"¿Lleno de estrellas?"- Toda asombrada, y me contesto: -"Eran los ojos de los caimanes, pero no me tocaban; al amanecer estaba rodeado de las huellas de los tigres, y tampoco me habían molestado"-.

En una ocasión le pregunté si había visto alguna vez al Señor y a la Santísima Virgen. Me contesto sonriendo: -"Verlo, verlo... ¡no! Pero ¿Te parece que no es poco el continuo milagro con que me atendían y me cuidaban?"-.

Otra vez estando con él en la Cruz Roja de Sevilla, compartió conmigo muchas de sus experiencias de la cual solo relato aquí una de las que más me impresionaron:

"A los comienzos, yendo en busca de familias, que me habían comentado que estaban viviendo en la selva, iba acompañado de un joven que decía conocer aquellos lugares, nos perdimos y no supimos regresar; cuanto más andábamos, era para internarnos más en aquella espesura; hasta que nos cogió así la noche. Yo me puse a rezar el responso milagroso a San Antonio, que me había enseñado mi madre cuando era pequeño y que solíamos rezar todos los días en familia. Entrada la noche, sentimos el miedo de una fiera que se acercaba: era el rugido del tigre, que venía en busca de su presa. Sentimos pánico en aquella cárcel espesa y sin salida. Indique al muchacho que se pusiera detrás de mí mientras yo le amenazaba con la señal de la cruz junto con el rezo a San Antonio. Así pasamos tres noches vividos en aquella agonía. Nos moríamos de hambre y sobre todo de sed. Nadie nos hubiera encontrado en aquella cárcel selvática. Milagrosamente, cuando ya casi no podíamos salir por el agotamiento y el miedo, casi sin andar mucho, nos vimos a la orilla de aquella inmensa espesura, pero sin encontrar seres humanos".

Otro episodio importante, al principio de la vida en la misión, todo era muy difícil y sin acceso fácil a Bella Vista, sobre todo cuando se hacía por los ríos y con peligro de todas clases, fieras, ríos cortados por los camalotes que lo alfombraban, junto con árboles caídos, que los hacían impenetrables. Pero debajo estaban los animales peligrosos como las pirañas, los caimanes, las boas y las rayas... Un día me contaba: -"hacía el viaje por uno de estos ríos, solo y en canoa y cargado de un poco de material de construcción y dos barriles de queroseno. Llegué a un desnivel del río y, sin poder detener la canoa, volqué, y con el golpe, se incendió el queroseno. Instintivamente me eché al río para no morir abrasado por el fuego, por tanto, no podía subir para respirar. Las pirañas, me rodearon en un instante para devorarme. Un pez grande, no recuerdo su nombre, me dio un bocado en la rodilla (y me mostro como se la habían dejado). Esta vez se dieron cinco milagros:

  • Que pude salir del río fuera de la extensión del fuego.
  • Que no me devoraron las pirañas milagrosamente.
  • Que pude vendarme la pierna por encima de mi rodilla para no desangrarme.
  • Que no se me gangreno la parte herida.
  • Que cuando se apagó el fuego pude montarme en la parte que había quedado mejor de la canoa y llegar a un lugar donde había seres humanos que se compadecieron de mi y me ayudaron a llegar a Bella Vista. Es una de las veces que más cerca he experimentado la mano del Señor en mi vida"- me confesaba.

El Padre José no solo tuvo peligros de las fieras en la selva, sino también por parte de los hombres.

Al comienzo de su vida misionera tiene otro relato importante que nos descubre la dedicación integral a la misma, no le importaban los peligros, aunque amenazaran terminar con su vida.

El 26 de octubre del año 1956 llego a Magdalena como párroco de este pueblo, y ejerció en él esta labor hasta el 30 de octubre de 1968. Trabajó incansablemente por la formación humana y cristiana de este pueblo, por la edificación de la Iglesia parroquial del mismo y por la promoción y los derechos de los pobres. Esto último no cayó bien a todos, se levantó una encubierta persecución contra él. Me lo explicaba así un día: -"fui avisado para que me escondiera, porque tal día... iban a venir a matarme, incluso algunos de los que yo había ayudado, porque estaba promoviendo los derechos de todos los hombres y trabajando por que tuvieran un medio de vida digno. Tras matarme se volverían de regreso. Mi respuesta fue dar las gracias a quienes así amistosamente me avisaban, pero yo les dije que iba a salir a esperarlos. Estuve esperando antes de la hora indicada, encabezaba la comitiva del grupo allí reunido para recibir a los distinguidos visitantes. Cuando llegó el helicóptero y vi bajar al individuo junto con su guardaespaldas, fui el primero en saludarle con estas palabras: -"Sé que vienes a matarme porque estoy defendiendo el derecho de los pobres y los estos promoviendo como hice contigo. Sábete bien que, si me matas, mis huesos, desde la tumba, clamarán por sus derechos y por el bien de todos."- Ante estas palabras el agresor quedó confundido, hizo una señal a su guardaespaldas para que recogiera su revolver y milagrosamente volvieron por donde habían venido. –"

En una de nuestras conversaciones espirituales me comentó que él estaba enamorado de Jesús y convencido de que sus palabras se cumplen en nosotros si nos dejábamos hacer y guiar por Él. Era algo admirable escucharle con la fe y confianza con que lo exponía. Aquí relato uno de los admirables "signos" evangélicos realizados por el Señor a través de él. Me contaba:

"Teníamos una enferma grave y madre de cuatro hijos pequeños, estábamos intentando sacarla adelante, gastábamos en ella todos los medicamentos en nuestro haber, y permanecía en la misma gravedad. Me llamaban cada pocas horas para asistirla. Un día a las 02:00 am, me llamaron que fuera asistirla, que se estaba muriendo. Salí corriendo y en medio de la oscuridad de la noche y con el dolor por la muerte de la enferma me paré en la calle y me puse a hablar con Él: -"Mira, Señor, Tú dijiste que a los que creyeran en Ti, harían las mismas cosas, y mayores, que Tú hacías. Yo creo que es así, pero mira... yo estoy aquí y digo que soy Tú enviado para curarlos y salvarlos... y ya ves Señor, que no hay signos de ello. Así que, mira, Tú la vas a curar. Yo te ayudo, te llevo, la confieso (si llego a tiempo), que se arrepienta de sus pecados y le digo que Tú has ido para curarla ¡No me dejes quedar mal, porque te pongo a Ti por delante! Además, Señor, tiene cuatro niños pequeños, y si te la llevas a ella, nos los van a traer a nosotros y ya ves cómo estamos, no caben más en la casa... "- (Yo estaba alucinando y pensando a ver como resulta esta toma de pulso con el Señor). Él continuo: -"Me volví a casa, en mitad del camino, cogí al Santísimo, fui todo el camino dándole gracias porque sabía que le iba a curar. Llegué a la casa de la enferma y le dije: -"María el Señor Jesús te ha curado, vas a dormir en paz"-. Le di la extrema unción, le di la absolución, le di la Sagrada Comunión y le dije: "Duerme en paz" y me volví a casa. A las 11:00 am, sorprendido de que no me hubiesen llamado en todo ese tiempo desde las 02:00 am, fui a visitarla, me acerqué a su casa y estaba su marido a la puerta. Le pregunté por su esposa y me dijo: -"María está desayunando, está bien"-.

8. Concluyendo.

Basten estos signos evangélicos obrados por el Señor en favor de sus criaturas a través de este sencillo fraile menor.

En la vida del Padre José se cumplen las palabras del Señor: "lo que pidáis al Padre en mi nombre, confiad y lo obtendréis". Y estas otras: "Id y curad enfermos, resucitad muertos, expulsar demonios en mi nombre y os obedecerán".

El milagro de Bella Vista es el cumplimiento del envío misionero que Jesús hizo a sus apóstoles... son los signos para que el mundo crea. Y son los que tenemos que pedir nosotros, para confirmar ante el mundo, la veracidad del envío y la misión recibidos.

Queda un punto importante por decir, al concluir este relato:

Pronto se fue extendiendo su misión por el mundo y comenzaron a llegar colaboradores en esta obra escondida en un rincón de la selva: jóvenes dispuestos a trabajar con todas sus fuerzas e ilusión; hombres sabios contribuyendo con sus conocimientos en el bien de la obra; aportaciones económicas de Bolivia, España, Italia, Francia, Irlanda, Bélgica, EE UU, Países Bajos, Alemania, Brasil, etc. Así se fue construyendo la obra del "Padre Milagro" como fue llamado luego el Padre José, cariñosamente.

Sería para escribir libros, y confío que se hará realidad algún día, todas las cosas sobrecogedoras que el Señor realizó por medio de este pobre fraile menor franciscano y cómo eran avalados sus proyectos por gente creyente, rica, pobres, sabios; personas sencillas del pueblo y de buena voluntad, todos.

No quisiera terminar estas líneas sin hacer mención de la joven catalana la Srta. D.ª María Antonia Ortoll Peitx, llegada el 25. XII. 1972 para colaborar por tres meses en la misión de Bella Vista y que permanecería allí 36 años, hasta su muerte. Dejando en la misión la inmensa mayoría de su rico capital y el caudal de su amor maternal dedicado a Dios en la persona de cientos de niños pobres, recogidos en el hogar parroquial, y de ancianos necesitados, así como la importante edificación del templo parroquial.

Para terminar con este testimonio evangélico de la vida del Padre José Manuel, que pone el fundamento esencial de toda la obra a él confiada por el Señor, es, sin duda, su profunda sencillez y humildad: nunca se dio importancia y siempre se consideró "siervo inútil y sin provecho". Las palabras que coronarían su vida hoy, sería el testimonio que su hermano, el Padre Pascual, al llegar a Bolivia, también como misionero allá por el año 1959, escribió a sus padres en una carta en que expresaba así la verdadera definición de su hijo Pepe: -"Tiene la sencillez de un niño y la experiencia de un gran misionero"-.

Y el mismo Pascual al final de su vida afirmó de su hermano en una conversación mantenida conmigo: -"Hermanita, hemos visto el triunfo de Jesús en nuestro hermano José Manuel".

En alabanza de Cristo y de su Santísima Madre. Amén.

Sor Inés Barrio Fernández.